Comentario
Al comienzo de su mandato el general Miguel Primo de Rivera describió a Benito Mussolini como el "apóstol de la campaña dirigida contra la corrupción y la anarquía". Luego, según fueron variando las circunstancias, también se produjeron cambios en su aprecio del fascismo: el aumento de las dificultades y la propia consolidación del régimen dictatorial le llevaron a aproximarse algo más al fascismo, pero siempre con indecisión, de manera tímida.
En un principio se consideró que la Dictadura era un régimen temporal. Primo de Rivera dijo que duraría "dos días, tres semanas o noventa días" y que trabajando diez horas durante noventa días eran 900 horas en las que sería posible llevar a cabo esa labor de regenerar el país. La popularidad de Primo de Rivera en esos momentos iniciales viene explicada por haber sido el máximo definidor y representante de un espíritu regeneracionista que había tenido su origen en 1898 y que, a partir de aquella fecha, se había ido extendiendo hasta llegar a convertirse en un tópico. Con ello, el dictador elevaba a principio de gobierno lo que los españoles de su tiempo hablaban en las charlas de café.
Primo de Rivera siempre rechazó la calificación de dictatorial atribuida a su régimen pues, según él, no había existido nunca un poder personal propiamente dicho; incluso llegó a denominarlo como una dictadura democrática. Él mismo, a pesar de ser dictador, procuraba mantener un contacto periódico con las masas populares y publicaba unas notas oficiosas sobre los más variados temas. Su gestión gubernamental fue arbitraria y en ello recordaba a la España del siglo XVIII. En su actuación mezclaba de manera confusa la moral con la política y, finalmente, acababa por no solucionar de manera efectiva casi nada. Primo de Rivera consideraba que era suficiente la bondad, la sinceridad, la laboriosidad y la propia experiencia de la vida para poder enfrentarse con éxito a los problemas del país. El dictador era completamente impermeable a toda idea jurídica y, además, pensaba que como los españoles, en el fondo, eran buenos, todo lo malo que existiera en España desaparecería en muy poco tiempo mediante sencillas soluciones.
El general Primo de Rivera preconizaba una regeneración de la vida política española, algo que no era ajeno al propio sistema de la Restauración sino que, por el contrario, toda la sociedad española de su tiempo la propugnaba, tanto los políticos como los intelectuales e incluso los mismos conspiradores militares que habían tomado parte en el golpe de Estado del 13 de septiembre.